¿Estás siendo responsable de tu vida?
A veces, cuando algo no sale como queremos, buscamos explicaciones afuera: el profesor, el trabajo, la familia, las circunstancias. Desde pequeños podemos aprender a justificar nuestros errores señalando factores que no controlamos. Y aunque el contexto influye, este hábito puede convertirse en un patrón que limita nuestro crecimiento.
Expresiones como “el profesor me tiene manía” o “no puedo porque nadie me apoya” se vuelven atajos emocionales que nos alejan de lo verdaderamente importante: reconocer qué parte de la situación sí depende de nosotros.
Cómo se fortalece este patrón
Con el tiempo, estas justificaciones se vuelven más complejas:
– culpamos al trabajo por no estudiar,
– a la familia por no avanzar,
– o inventamos excusas para evitar situaciones incómodas.
No se trata de juzgarnos, sino de entender que evadir la responsabilidad puede mantenernos en un estado de parálisis emocional. La queja, aunque molesta, a veces se convierte en una zona de confort: un espacio donde no avanzamos porque evitar el cambio se siente más seguro que enfrentarlo.
Y es importante recordar que lo cómodo no siempre es agradable. A veces simplemente es lo familiar, lo estable, lo que conocemos… incluso cuando no nos hace bien.
Cuando el diagnóstico se vuelve un escudo
Los diagnósticos de salud mental deben ser herramientas para comprendernos mejor, no excusas para renunciar a nuestro crecimiento. Un diagnóstico no define quién eres ni determina tu destino; simplemente te ofrece un mapa para trabajar con más claridad y apoyo profesional.
Sin embargo, algunas personas pueden, sin darse cuenta, usarlo como justificación para no intentar. No por mala intención, sino porque el cambio implica esfuerzo, vulnerabilidad y romper con patrones profundamente arraigados.
Tu vida cambia cuando decides mirarte
El primer paso es observar qué cuentos te estás contando.
¿Explican tu realidad… o te están frenando?
Reconocerlo no es fácil, pero es profundamente liberador.




